El show tiende a continuar aunque la pelota esté guardada en el armario. El torneo doméstico se llamó a descanso con las últimas luces del Boca campeón pero los avatares de su circuito continúan regalando noticias y de ellas se desprende un análisis inequívoco: el fútbol espectáculo de hoy poco tiene que ver con taquitos y gambetas.
No es una cuestión meramente deportiva. Barcelona demuestra que se puede jugar bien y lindo a los 200 kilómetros por hora que impone la modernidad.
Pero los flashes de hoy se diversifican entre un mercado sediento de caras pero anémico de jerarquía y los coletazos de balances y elecciones que exponen las crisis institucionales de varios clubes.
Los juegos dialécticos se imponen. La tibia crítica jamás conlleva a feroces autocríticas. En medio, el juego se termina maniatando, rehén del propio espectáculo que se genera a su alrededor.