miércoles, 9 de julio de 2014

DE CORAZÓN

Un teclado puede soltar lágrimas. Una pelota puede soltar lágrimas. En la ambigüedad de la vida, lloramos con emoción y con angustia en el mismo segundo. Por eso, el Topo se puede tirar a atajar los penales con Romero y en ese llanto que me sale de los ojos está la mezcla de la bronca y la tristeza con una alegría chiquita y futbolera. Se fue un pibe capaz de hacerte sentir amigo a los cinco minutos de haberlo conocido. Se fue un padre y se fue un periodista de raza. Nació un homenaje. Pequeño pero sentido. Como las lágrimas que derraman estas letras. 

martes, 25 de junio de 2013

El grito sagrado



Por Ezequiel Leone

Su campo de juego no tiene líneas de cal ni arcos. Las tribunas se componen de un imaginario que encuentra marquesinas y el ir y venir constante de los autos de una avenida que bien podría ser cualquier otra.
Es domingo y, aunque el Viejo no quiera saber nada con entenderlo, hay gente que toma mate en el Parque Rivadavia.
Parecen ajenos, como si no entendieran que en la cancha están pasando cosas importantes.
Pero no hay peor ciego que el que no quiere ver y el hincha tiene mucho de eso. La radio va pegadita a la oreja; así como el Mago llevaba a la pelota. Atadita al botín.
Los tiempos ya no son lo que eran. Y una manifestación de malandras cortaba la ruta “para abrir el camino”; fijate vos, la pucha, “para abrir el camino, me cortás la ruta” y el Viejo no pudo llegar. Fue el domingo pasado.
El asiento que adoptó hace veinte años, cuando dejó de ir al fútbol, porque antes se iba al fútbol, quedó vacío.
Aquella tarde, el relator contó los detalles de una victoria histórica mientras el Viejo se frotaba los ojos para ver mejor lo que contaban desde el stereo del auto. Sí, para ver mejor. Pero la autopista se imponía a toda velocidad, llena de coches que tampoco parecían entender lo que estaba pasando.
Por eso hoy la cancha no tiene líneas de cal ni arcos. Porque las cábalas no existen pero que las hay, las hay. Y si ganamos el otro día, cómo no vamos a ganar hoy. Hay que hacer el esfuerzo y no mirar el partido.
Aparte, te digo más, este equipo juega mejor por la radio. Sí. No te estoy hablando una gilada. Por la radio corren más; se la pasan a los compañeros y ponen el corazón ahí adentro. Como corresponde, como manda la historia.
Entonces el Viejo se frena. Viene pateando las piedritas y se queda quieto. Un segundo antes esperando el grito. Y el grito viene. Sagrado. La avenida se sigue pareciendo a cualquier otra pero los tipos que toman mate, ignorantes de aquello que en verdad importa, ya no parecen tan desubicados.
Al final de todo, es domingo a la tarde; hay un sol que raja la tierra y es un lindo día para festejar. El equipo ganó. De eso se trata este el fútbol. Aunque, a veces, se cuenta mejor de lo que se juega.

miércoles, 11 de julio de 2012

El tiempo

La bruma ya se había empezado a disipar por el tibio sol de aquel mediodía de agosto. Como siempre, Don Atilio estaba parado ahí, donde la Costanera pega esa curva que parece una excusa ideal para meterse de lleno en una playa que deja de estar de costado para plantarse de frente a cualquiera que maneje un auto por la avenida, en la mano que va al Puerto.
A lo lejos, la inmensidad del agua se chocaba con la grandeza del cielo y al transitar con la mirada en esa línea que supera lo que uno puede llegar a ver, los colores grises y amarronados le daban paso a ese Mar de Plata inconmensurable.
Don Atilio siempre dijo que las buenas ideas entraban por los ojos y salían por la cabeza. Sus 72 años le habían enseñado que su teoría era lo suficientemente sólida como para quedar conforme. Y ese era el escenario de la cuidad donde cualquiera con cierta perspectiva periférica podía adueñarse del mundo.
Cuatro décadas atrás, en aquel paisaje, había pergeñado una idea notable: instaurar una “kermese para todo público” los primeros sábados de cada mes (sólo se suspendía por lluvia y pasaba para el fin de semana siguiente) en la placita del agua.
El paso del tiempo rompió el encanto o, al menos, modificó la adrenalina. La fiesta del Paquetito dejó de ser tan divertida como las hamburguesas con queso de plástico y papas fritas que no son papas ni fritas.
El Tumbalatas ya no fue más el desafío pagano de una juventud que lo llenó de oscuridad al cambiarlo por las luces y el ruido de las maquinitas infernales del videojuego.
Don Atilio siempre se negó a creer que todo tiempo pasado fue mejor. Su asombrosa capacidad de entender que las sociedades cambiaban al ritmo de las generaciones le ahorró más de un disgusto. Aunque nunca me creí demasiado esa pose: el viejo no discutió nunca porque sabía que era imposible pelear contra los cambios aunque, en el fondo, no era capaz de entender como el envoltorio se había convertido en un detalle más importante que el contenido.
En sí, eso pasó. No está bien ni mal. Pero ahí está Don Atilio. Oteando su Mar de Plata, sintiendo que no hay tiempo capaz de matar las ideas y pensando que la nobleza es un valor innegociable. Allí, donde el mar se cruza con el cielo, la verdad es infinita y los años no son tan valiosos. En su esquina seguirá siempre viva esa perspectiva. Aunque los muchachos la pasen volando en sus autos; pese a que los demás no puedan verla. Inagotable, viva, suya y eterna. 

viernes, 6 de julio de 2012

La próxima decisión


“El tablero de Ajedrez tiene 64 escaques y las partidas se inician con 32 piezas. Para jugar a las Damas, son necesarias 24 fichas y el Backgamon también incluye dados”. La explicación del Viejo no sonaba comprensible.
El Bar no se había llenado más que lo habitual y la charla transitaba por los carriles de siempre: algún comentario sobre minas, mucho fútbol y unos cuantos cigarrillos consumidos en un cenicero que se apoyaba en la punta de la ventana; no tanto para saciar el vicio: transgredir las normas es casi un deporte nacional.
Y hablando de deportes, la muchachada no alcanzaba a entender cómo el Viejo había terminado hablando de Ajedrez, Backgamon y hasta la Batalla Naval cuando el dilema a desentrañar era que la Selección no había merecido perder ese partido.
“Yo te puedo dar la razón todo lo que quieras. Te puedo decir que es cierto, que el partido fue parejo y hasta que Argentina jugó mejor. Pero ellos llegaron dos veces, hicieron tres goles y andá a llorar a la Iglesia”. El pragmatismo del Polaco no ofrecía tantos matices: había encontrado un argumento que nadie podía discutir. “Al fútbol se gana haciendo un gol más que el contrario y el resto es verso. Ustedes se pueden pasar horas y horas discutiendo. Pero nunca un árbitro le dio por ganado el partido a un equipo sólo porque era más justo o porque había jugado mejor. Entonces no jodan, juega mejor el que la manda a guardar”, decía cada vez que alguna suerte esquiva convertía a la charla en un mar de lamentos.
Alguna cara un poco más enrojecida y dos o tres gritos fuera de lugar. O sea, todo normal. La risita socarrona del Polaco. Sí, esa risita que te da ganas de arrancarle los ojos con una cuchara sopera. Y nada más.
El Viejo seguía esperando hasta que el mar de palabras le dio lugar al silencio propio de la discusión empatada. Y arrancó de nuevo con la historia del tablero de Ajedrez y el Polaco lo quiso frenar. Esta vez fue imposible: “Ustedes convierten el fútbol en una cuestión esquemática y el Polaco en una mera quimera de la suerte. El pizarrón que usan en la tele para graficar las formaciones me hace acordar a cualquiera de los juegos de mesa que les contaba…la diferencia es que al fútbol se juega bien y mal; en cancha chica o grande; de pasto y de baldosa, quizás, hasta sintética. Lo que no cambia es ella. La única. La que decide. Sí, la pelota. Dejen de dar vueltas porque nadie tiene razón. El Polaco porque atribuye a los números una decisión mucho más invisible. Y ustedes porque creen que el 3 pasó más al ataque y el 9 erró en el último tiro. Qué carajo importa. La historia ya estaba escrita: la pelota manda”.
El halo de misticismo provocó el silencio. Un fuego interno recorrió el alma rota de cada uno de los muchachos. Los goles que le habían hecho a la Selección ya pasaban a formar parte de un pasado lleno de triunfos y derrotas. Ya estaban todos listos para esperar a la próxima decisión de la pelota…

jueves, 3 de mayo de 2012

Todo por un gol


-Vení, sentate.

Cuando el abuelo le ponía la mano en la rodilla, el Fresco sabía que la historia venía para largo. Y, aunque en situaciones el apuro propio de su juventud lo hacía dudar de sus ganas de escuchar, la palabra del viejo era casi sagrada.

La mano era más o menos así. El partido había arrancado tan parejo como muchos. El equipo de los Sin Tiempo pausaba el ritmo con el toque propio de su escuela y, afuera, el clamor de una multitud que superaba ampliamente en número la cantidad de habitantes del pueblo se mezclaba con el humo de los choripanes de una parrilla que sólo Dios sabe si alguna vez estuvo cerca de los dominios de la pelota.

El ludo de los relatos tendrá siempre una ventaja: las exageraciones son contexto y los datos puntuales, realidades absolutas.

El caso es que había 1000 o 2000 personas más que la última vez que vos fuiste al Campito y la morocha, unos ojos de infierno.

Para pasártelo en limpio, la tarde era un espectáculo y la posibilidad de definir el campeonato en casa y de locales era motivo más que suficiente como para dejar cualquier cosa importante que uno tuviera para hacer a las 3 de la tarde del domingo en un pueblo en que el próximo colectivo pasaba a las 8 y si el bar abría antes de las 7 era para hacer una fiesta aunque no vaya ni gente.

Contarte los detalles del juego no tendría mucho sentido. Esperanza jugó un poco mejor. No te puedo jurar que demasiado pero mejor. Y los Sin Tiempo sabían lo que tenían que hacer. Entonces llegó el momento crucial. Ese que estás esperando desde los 1263 caracteres sin contar los espacios que lleva el cuento sin que pase nada: el Mudo paró a la morocha en seco. Ahí, en mitad de cancha. Miró para la derecha y, después, a la izquierda; esquivó a un marcador y luego a otro; pisó el área con el optimismo de los grandes goleadores y tocó suave, mirando hacia la nada ante la salida de un arquero que no salió pero tampoco atajó.

-Ahí está la historia, mijito.
El viejo lo miró al pibe que no sabía si sonreír o llorar. Pero el abuelo que de eso de ser más grande la sabe lunga le explicó que por un gol valen mis pesares y otras tantas palabras. Que en el fútbol se juega, ama, odia y disfruta por aquel momento de misticismo pagano y alegría remota. E inconmensurable. Tal vez, eterna.

martes, 28 de febrero de 2012

Pasado y futuro

Los últimos años de la Selección fueron un decálogo de frustraciones. El desfile de nombres y módulos tácticos que se sucedieron sin dar con un patrón de juego definido es la prueba que certifica la teoría: sin equipo no hay fútbol y sin fútbol es difícil cosechar resultados.
Los distintos procesos se consumieron entre cachetazos. Y la ausencia de un proyecto estructural es la base de todos los males.
De ese caldo de cultivo, Sabella deberá construir un escenario acorde con sus pretensiones. La búsqueda de un paradigma futbolero es su misión central en el futuro inmediato.
El pasado condena determinaciones que exceden al actual entrenador. Es momento de correr los márgenes y moderar la impaciencia. La Selección tiene que barajar y dar de nuevo. A veces, la Pachorra es buena consejera.

miércoles, 15 de febrero de 2012

La Pelusa bajo la alfombra


Sigue. La jornada más agitada del último año en el mundo Boca terminó con la confirmación de Julio César Falcioni como director técnico del campeón del fútbol argentino.
El invicto en 32 partidos oficiales y el título de campeón que todavía brilla con luz propia no hacían presagiar el final de una era que luce un desgaste impropio de sus estadísticas.
Lo cierto es que el derrotero xeneize en el semestre que recién arranca dejará mucha tela para cortar fuera del verde césped. Allí, Boca forjará su suerte pero lo importante terminará cocinándose en oficinas, vestuarios y charlas de mesa chica.
La continuidad de Falcioni es apenas un placebo para un estallido que tronó en Venezuela pero que se gestó en el tiempo y que promete continuar latente.
Las crónicas hablarán de una renuncia no aceptada y una pacificación impuesta. Los detalles seguirán recorriendo páginas en los diarios y ganando minutos de aire en radio y televisión. Pero lo inocultable es que Boca entró en un camino sin retorno.
Un camino atado a los avatares de un resultado adverso o triunfal y a los devenires de histerias y egos.

En jaque. La victoria electoral de Daniel Angelici generó un clima raro en torno al cuerpo técnico del Emperador.
La relación entre el DT y la nueva dirigencia fue siempre cordial y aceptable pero es imposible olvidar que el actual titular del club le repitió a quien lo quisiera escuchar durante su campaña que él no hubiera elegido a Pelusa como entrenador xeneize.
Consciente de los rumores, Falcioni transitó el último mes y medio entre enojos y pacificaciones.
Alguna discusión con un periodista y delante de la cúpula dirigencial en la previa del viaje a Chaco para disputar el primer Superclásico del año fue el primer indicio de que algo se había quebrado. Una especie de mensaje.
Las declaraciones entre cambiantes y polémicas de Juan Román Riquelme también encuadran la lógica de una relación paradójicamente ilógica.
Las esquirlas de la polémica seguirán en Boca de todos por un buen tiempo. En Casa Amarilla entendieron que no era momento de romper un matrimonio que ya tiene mucho de conveniencia. La Pelusa se guarda debajo de la alfombra pero el futuro está atado con alambre. Después, y como siempre, la pelota manda.