-Vení,
sentate.
Cuando el
abuelo le ponía la mano en la rodilla, el Fresco sabía que la historia venía
para largo. Y, aunque en situaciones el apuro propio de su juventud lo hacía
dudar de sus ganas de escuchar, la palabra del viejo era casi sagrada.
La mano era
más o menos así. El partido había arrancado tan parejo como muchos. El equipo
de los Sin Tiempo pausaba el ritmo con el toque propio de su escuela y, afuera,
el clamor de una multitud que superaba ampliamente en número la cantidad de
habitantes del pueblo se mezclaba con el humo de los choripanes de una parrilla
que sólo Dios sabe si alguna vez estuvo cerca de los dominios de la pelota.
El ludo de
los relatos tendrá siempre una ventaja: las exageraciones son contexto y los
datos puntuales, realidades absolutas.
El caso es
que había 1000 o 2000 personas más que la última vez que vos fuiste al Campito
y la morocha, unos ojos de infierno.
Para
pasártelo en limpio, la tarde era un espectáculo y la posibilidad de definir
el campeonato en casa y de locales era motivo más que suficiente como para
dejar cualquier cosa importante que uno tuviera para hacer a las 3 de la tarde
del domingo en un pueblo en que el próximo colectivo pasaba a las 8 y si el bar
abría antes de las 7 era para hacer una fiesta aunque no vaya ni gente.
Contarte
los detalles del juego no tendría mucho sentido. Esperanza jugó un poco mejor.
No te puedo jurar que demasiado pero mejor. Y los Sin Tiempo sabían lo que
tenían que hacer. Entonces llegó el momento crucial. Ese que estás esperando desde
los 1263 caracteres sin contar los espacios que lleva el cuento sin que pase
nada: el Mudo paró a la morocha en seco. Ahí, en mitad de cancha. Miró para la
derecha y, después, a la izquierda; esquivó a un marcador y luego a otro; pisó
el área con el optimismo de los grandes goleadores y tocó suave, mirando hacia
la nada ante la salida de un arquero que no salió pero tampoco atajó.
-Ahí está
la historia, mijito.
El viejo lo miró al pibe que no sabía si sonreír o
llorar. Pero el abuelo que de eso de ser más grande la sabe lunga le explicó
que por un gol valen mis pesares y otras tantas palabras. Que en el fútbol se
juega, ama, odia y disfruta por aquel momento de misticismo pagano y alegría
remota. E inconmensurable. Tal vez, eterna.
excelente la dialectica del relator de hisotorias. Ese Beasty al que la gente le debe reconocer que para contar una hisotria, él no cuenta la misma de manera igual. OPTIMA DEFINICION DEL RELATO... FELICITACIONES !!!! (esperamos mas relatos)
ResponderEliminarLa "morocha" es la figura del cuento, por lejos. Te imaginé perdido en el humo de la parrilla fantasma mientras pensabas que hubiese sido negocio parar a comer tranquilo en Atalaya. Te podías tomar el tiempo para morfar en la ruta 2 si estos hijos de puta secuestraban tantos minutos para darle la pelota a un compañero. En fin, me llevaste de la oreja a Mar del Plata; si me decís que el pueblo queda en otro lado me cagás el comentario. Ni se te ocurra, felicitaciones. La próxima imaginate un buen fulbo q' lo parió... hay partidos de mierda hasta en los cuentos.
ResponderEliminar